sábado, 4 de diciembre de 2010

Motivo: entrega a domicilio



Al otro lado el sol llueve en chispas cristalinas y cálidas, las ventanas de los edificios centellaban a su paso y la tibieza del ambiente mantenía el suelo cálido.

De este lado, en la sombra, el ambiente sigue cristalino, pero más como hielo, aquí el viento corta como vidrios rotos y las colillas de los cigarros ensucian el piso. Y ahí estoy, encorvado sobre mí procurando generar más calor. Sólo el motivo me da la fuerza de querer soportar esto: estar sentado en una dura banca frente a la puerta y no perder de vista nada, saber quien sale y quien entra. Pero tú, mi motivo, no apareces.

Me levanto y desentumo las piernas, los nervios me invaden, la espera es larga. Un cigarro raspa mi garganta mientras me ayuda a respirar mejor a la vez que el humo y olor a pólvora de un cerillo entra de lleno por mi nariz y me provoca estornudos.

Papel y tinta distraen mi impaciencia, ya que mi motivo es hacer sólo una entrega. Simple. No por eso vale menos la pena.

Mientras el tiempo transcurre y el frío en mi cuerpo incrementa. Dos personas intentan entretenerme pero sólo veo a la puerta, es lo único que me importa.
Verte salir y darte tu entrega.

La espera sigue, el frío sigue y tú sigues sin llegar a donde yo, y otro cigarro me amortigua el nervio, escucho tu nombre y pregunto por ti.

Aún tardarás es lo único que tengo por respuesta.

Mi tiempo se termina junto con mi control de esfínteres y mis reservas de calor, y envidio el otro lado donde todo es cálido y brillante. Pero la entrega lo merece, no puede esperar ni un minuto más.

Y así de diez en diez minutos alargo mi estadía en la banca pero mi tiempo límite terminó hace más de quince y otro cigarro se posa en mis labios mientras pregunto de nuevo por ti:
-Ya no tarda. Me dicen esperanzadoramente.
Me levanto, veo a la puerta y a mi reloj constantemente. Me invade la desesperanza. Decido irme. Volteo para recoger mis cosas y en la puerta apareces tú y todo el cristal del ambiente se refleja en tu luminoso rostro.

Te veo, me ves, te acercas a mí. Nos buscamos el rostro pero se encuentran nuestros labios.
Entrega hecha: nuestro primer beso a domicilio.
Nos seguimos besando y nuestros brazos encuentran horma en nuestras cinturas, todo el frío desaparece porque irradias una tibieza inmensa.
Ya no envidio al otro lado; tú me contagias con todo el calor que no tuve por dos horas y media.
Con otro beso me despido aferrándome a la suave humedad de tu boca. El tiempo se terminó hace media hora, pero el motivo superó las expectativas de la entrega.
Me voy caminando por el sol, con una sonrisa en los labios, tibios de ti.
Para G.

Kukl
Diciembre 1° de 2010