jueves, 7 de abril de 2011

Durmiendo



Abro los ojos, el viento nocturno me despierta. Volteo y ahí estás. ¿En qué momento te pusiste tu ropa interior? Definitivamente el letargo postorgásmico me golpeó con costal.


¿Cómo no me di cuenta cuando te levantaste a vestir? Siempre haces mucho ruido.
Quito un mechón de cabello de tu rostro, está tan relajado. Con mis dedos dibujo bigote y pecas imaginarios en tu cara y tú ni cosquillas sientes


¿Habré dormido tan profundamente como tú?


Recapacitándolo: Quizá si lo hubieras deseado así, hubieras podido asesinarme. O sea, al momento en que decido “perder la conciencia” a tu lado, es como si te diera permiso a matarme.


El viento sopla de nuevo, agita la cortina y esta a su vez tira una botella de perfume del buró. No te enteras.


Recojo la botella, volteo a la cama y te veo temblar un poco. Te arropo con una frazada. La piel de tus hombros esta perlada por la taciturna luz. Tu cuello, al inhalar pausada y apaciblemente se ensancha de manera casi imperceptible y, viéndolo con detenimiento, puedo ver las venas palpitar en él.


De un momento a otro comprendí lo que siente un vampiro al ver a su víctima mientras esta duerme. Te vez tan vulnerable, tan en paz. Me siento en la cama hipnotizado ante tu aletargada belleza.


Y si…


Como fuera de mí, en silencio, tomo la almohada y suavemente la coloco sobre tu rostro.



Kukl marzo de 2011

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